El domingo, fiestas religiosas, conciliación trabajo-familia y liberalización de horarios en la Doctrina Social de la Iglesia

Como propuesta a la libertad de nuestros lectores, y desde el respeto hacia todas las personas, se relacionan en esta Sección algunos documentos de la Iglesia sobre el domingo, las otras fiestas religiosas, la conciliación trabajo-familia y la liberalización de horarios.

El Santo Padre Benedicto XVI en su carta con vistas al VII Encuentro Mundial de las Familias (EMF), que se celebró en Milán del 30 de mayo al 3 de junio de 2012, nos recordaba que “el trabajo y la fiesta están íntimamente relacionados con la vida de las familias: condicionan sus elecciones, influyen en las relaciones entre los cónyuges y entre padres e hijos, inciden en la relación de la familia con la sociedad y con la Iglesia. La Sagrada Escritura (cf. Gn 1-2) nos dice que familia, trabajo y día festivo son dones y bendiciones de Dios para ayudarnos a vivir una existencia plenamente humana. La experiencia cotidiana demuestra que el desarrollo auténtico de la persona comprende tanto la dimensión individual, familiar y comunitaria, como las actividades y las relaciones funcionales, al igual que la apertura a la esperanza y al Bien sin límites.” (Lema del EMF: «La familia: el trabajo y la fiesta»)

 

I) Los domingos y las otras festividades religiosas en los Acuerdos Santa Sede – Estado Español

“Artículo III

El Estado reconoce como días festivos todos los domingos. De común acuerdo se determinará qué otras festividades religiosas son reconocidas como días festivos.” (Acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede sobre Asuntos Jurídicos, 3 de enero de 1979).

 

II) El domingo y las otras fiestas de precepto en el Magisterio de la Iglesia Católica

“En efecto, los cristianos, en cierta relación con el sentido del sábado en la tradición judía, han considerado el día del Señor también como el día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de esclavitud.” (Benedicto XVI. Sacramentum Caritatis: Exhortación apostólica postsinodal sobre la Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, nn. 72-74. 22-02-2007).

284. El descanso festivo es un derecho.609 «El día séptimo cesó Dios de toda la tarea que había hecho» (Gn 2,2): también los hombres, creados a su imagen, deben gozar del descanso y tiempo libre para poder atender la vida familiar, cultural, social y religiosa.610 A esto contribuye la institución del día del Señor.611 Los creyentes, durante el domingo y en los demás días festivos de precepto, deben abstenerse de «trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia y el descanso necesario del espíritu y del cuerpo».612 Necesidades familiares o exigencias de utilidad social pueden legítimamente eximir del descanso dominical, pero no deben crear costumbres perjudiciales para la religión, la vida familiar y la salud.

285. El domingo es un día que se debe santificar mediante una caridad efectiva, dedicando especial atención a la familia y a los parientes, así como también a los enfermos y a los ancianos. Tampoco se debe olvidar a los «hermanos que tienen las misma necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria».613 Es además un tiempo propicio para la reflexión, el silencio y el estudio, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana. Los creyentes deberán distinguirse, también en este día, por su moderación, evitando todos los excesos y las violencias que frecuentemente caracterizan las diversiones masivas.614 El día del Señor debe vivirse siempre como el día de la liberación, que lleva a participar en « la reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos» (Hb 12,22-23) y anticipa la celebración de la Pascua definitiva en la gloria del cielo.615

286. Las autoridades públicas tienen el deber de vigilar para que los ciudadanos no se vean privados, por motivos de productividad económica, de un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados.616 Los cristianos deben esforzarse, respetando la libertad religiosa y el bien común de todos, para que las leyes reconozcan el domingo y las demás solemnidades litúrgicas como días festivos: «Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana».617 Todo cristiano deberá «evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor».618(Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).

 

Santa Sede

 

Conferencia Episcopal Española (CEE)

La fiesta del Corpus trasladada a domingo, 25-04-1990. CXXXVII Reunión de la Comisión Permanente de la CEE
Sentido evangelizador del domingo y de las fiestas, 23-05-1992. LVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española
Domingo y socieda. Nota, 28-04-1995. LXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española

Dies Domini: catequesis de Juan Pablo II sobre el domingo, 1998. Comisión Episcopal de Liturgia

 

Diócesis de Alcalá de Henares

Nota. A los fieles de la Diócesis de Alcalá de Henares. Descanso dominical, Domingo de Pascua de Resurrección y familia, 04-04-2012

El descanso dominical y festivo «emancipa de una posible forma de esclavitud», 15-07-2012. Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares

 

III) Conciliación de horarios de trabajo y familia en el Magisterio de la Iglesia

“(…) es necesario promover iniciativas sociales y legislativas capaces de garantizar condiciones de auténtica libertad en la decisión sobre la paternidad y la maternidad; además, es necesario replantear las políticas laborales, urbanísticas, de vivienda y de servicios para que se puedan conciliar entre sí los horarios de trabajo y los de la familia, y sea efectivamente posible la atención a los niños y a los ancianos.” (San Juan Pablo II. Encíclica Evangelium Vitae, n. 90. 25-03-1995).

 

IV) Mujer, maternidad y conciliación en el Magisterio de la Iglesia

“La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y sicológicamente equilibradas. Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas, por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión materna.26

En este contexto se debe subrayar que, del modo más general, hay que organizar y adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de cada uno. Es un hecho que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que están capacitadas, pero sin al mismo tiempo perjudicar sus aspiraciones familiares y el papel específico que les compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible.” (San Juan Pablo II. Encíclica Laborem Exercens, n. 19. 14-09-1981).

 

“(…) En tal perspectiva se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta con claridad lo que el Santo Padre ha llamado el genio de la mujer.19 Ello implica, ante todo, que las mujeres estén activamente presentes, incluso con firmeza, en la familia, «sociedad primordial y, en cierto sentido, ‘‘soberana»»,20 pues es particularmente en ella donde se plasma el rostro de un pueblo y sus miembros adquieren las enseñanzas fundamentales. Ellos aprenden a amar en cuanto son amados gratuitamente, aprenden el respeto a las otras personas en cuanto son respetados, aprenden a conocer el rostro de Dios en cuanto reciben su primera revelación de un padre y una madre llenos de atenciones. Cuando faltan estas experiencias fundamentales, es el conjunto de la sociedad el que sufre violencia y se vuelve, a su vez, generador de múltiples violencias. Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económicos y sociales.

Sin embargo no se puede olvidar que la combinación de las dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer, características diferentes que en el del hombre. Se plantea por tanto el problema de armonizar la legislación y la organización del trabajo con las exigencias de la misión de la mujer dentro de la familia. El problema no es solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto. Se necesita, en efecto, una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia. En tal modo, las mujeres que libremente lo deseen podrán dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico, sin ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente. Por otra parte, las que deseen desarrollar también otros trabajos, podrán hacerlo con horarios adecuados, sin verse obligadas a elegir entre la alternativa de perjudicar su vida familiar o de padecer una situación habitual de tensión, que no facilita ni el equilibrio personal ni la armonía familiar. Como ha escrito Juan Pablo II, «será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad».21(Congregación para la Doctrina de la Fe. Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y el mundo, n. 13. 31-07-2004).

 

V) La liberalización de los horarios

“PRIMACÍA DE LOS VALORES DEL ESPÍRITU

6. En los últimos tiempos ha aparecido otro hecho que configura la imagen del domingo, especialmente en las grandes ciudades. Se trata de la liberalización de los horarios de las grandes superficies comerciales, a las que acuden a veces las familias enteras para realizar sus compras. Las repercusiones de este hecho son múltiples y el análisis resulta complejo. Por una parte se incrementa la actividad económica, aspecto estimulante especialmente en una época de recesión y de crisis.

Pero por otra se incide de forma negativa en el comercio tradicional y en las familias de numerosos trabajadores, que notan en su vida familiar y laboral las consecuencias negativas de esta nueva dinámica comercial en la que prima la rentabilidad económica.

Aun cuando en una época de recesión económica como la actual, cualquier reactivación de la economía es una buena noticia aceptada socialmente, debemos recordar, siguiendo el criterio que aporta la doctrina social de la Iglesia, que la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinada a ningún otro…, cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla (5).

7. Además de esta vertiente socioeconómica del problema, están también los valores teológicos y antropológicos mencionados antes, a los que no podemos ser insensibles los pastores del Pueblo de Dios, tanto más cuanto que dichos valores no interesan exclusivamente a los creyentes, sino a la generalidad de nuestros conciudadanos. La Iglesia cree que con esta dinámica de primacía de lo económico en los estilos de vida de los ciudadanos no se favorece al núcleo familiar ni a los valores humanos y espirituales de la fiesta. En efecto, el debate sobre esta cuestión no corresponde en exclusiva al gobierno, a la patronal y a los sindicatos sino a la sociedad entera. Este debate se enriquecerá en la medida en que no se limite a la ponderación de criterios meramente economicistas, sino que se abra a una reflexión sobre el significado del domingo y de las fiestas para el hombre, y a su carácter generador de comunión y de verdadero factor multiplicador de relaciones interpersonales.

8. Los obispos renovamos nuestra petición a los responsables de la política laboral, a los empresarios y a los representantes de los trabajadores para que no cedan a la fácil tentación de eliminar poco a poco el descanso dominical basándose en la posibilidad de una mayor producción y ampliación del tiempo libre durante la semana, con detrimento de la libertad personal, de la convivencia familiar y de otros aspectos de la vida ciudadana (6). Pedimos también a los medios de comunicación social que colaboren a destacar el sentido del domingo en su vertiente antropológica y social, no considerándolo sólo como un día de entretenimiento sino como un espacio para que el hombre pueda mantener su propia dignidad alabando a Dios y liberándose del trabajo y de la actividad sin descanso.” (LXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Domingo y sociedad. Nota, 28-04-1995).

 

“(…) la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios 79.

Todo esto se puede resumir afirmando una vez más que la libertad económica es solamente un elemento de la libertad humana. Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla 80.” (San Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 39, 01-05-1991).