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Temas de interés general
Como
propuesta a la libertad de nuestros lectores y desde el más escrupuloso
respeto a todas las personas, se introduce en este apartado, a la luz
del Magisterio de la Iglesia, una primera aproximación a algunos temas
de interés general no abordados específicamente en otras partes de
nuestra página Web. Con el tiempo se iran incorporando otros
contenidos.
«El respeto a la persona humana:
(…) Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase,
genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto
viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las
mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos
para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como
son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias,
las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas
y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al
operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la
libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas
prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la
civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y
son totalmente contrarias al honor debido al Creador.
Respeto y amor a los adversarios
Quienes
sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política
e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y
amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de
su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos
el diálogo.
Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en
indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige
el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es
necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y
el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso
cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia
religiosa. Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por
ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás. (…)»
(Concilio Vaticano II, Constitución
Pastoral Gaudium et spes, nn. 27-28)