Día del Seminario 2021

«Hoy, queridos hermanos, todos los seminarios de España son un motivo de esperanza para la Iglesia y, especialmente, para los jóvenes. Por eso los pastores hemos de procurar mejorar la formación «integral» de nuestros seminaristas en un contexto que encarne el “hogar-taller” de Nazaret donde fue educado Jesús. Nuestros seminaristas, por su parte, deben ser conscientes de que se están preparando para ofrecer, por la santidad de su vida y su ministerio, un claro testimonio de ese amor auténtico que toda persona busca. Ellos son la respuesta del Señor al anhelo de verdad y de bien que habita en el corazón de tantos jóvenes. En ellos los fieles han de ver el rostro de Jesús, el Buen Pastor, quien nos decía en el Evangelio: «y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 33). Para ello deben de estar dispuestos a entregar y gastar su vida en el anuncio del Evangelio y la santificación de sus hermanos, promoviendo, como insistió el Concilio Vaticano II, una iniciación cristiana lúcida según el modelo del catecumenado bautismal que logre introducir a los jóvenes de nuevo en la vida y tradición de la comunidad cristiana (Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 64). Como el grano de trigo, también los sacerdotes deben de estar dispuestos a morir para dar fruto, sin olvidar las palabras de Jesús: «quien se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). » (Mons. Juan Antonio Reig Pla, Homilía en la Santa Misa en el Día del Seminario, 18-3-2018)

Seminarios Mayores Diocesanos:

Seminario Mayor Diocesano de la Inmaculada y los Santos Justo y Pastor

Rector: Ilmo. Sr. D. Luis Eduardo Morona Alguacil

Vicerrector: Ilmo. Sr. D. Carlos Langdon del Real

Director Espiritual: Rvdo. Sr. D. Francisco Rodríguez González

Oficinas
C/ Santa María la Rica, 7 – 28801 Alcalá de Henares (Madrid)
Teléfono: (+34) 91 882 72 92
Correo electrónico: seminario@obispadoalcala.org

 

Seminario Mayor Diocesano Internacional y Misionero Redemptoris Mater y los Santos Justo y Pastor

Rector: Ilmo. Sr. D. Oscar Flores Solórzano

Formador: Ilmo. Sr. D. Ángel Daniel Acedo Mechato

Director Espiritual: Rvdo. Sr. D. Ramón Santiago Manrique de Mesa

Oficinas
C/ Santa María la Rica, 11 – 28801 Alcalá de Henares (Madrid)
Teléfono: (+34) 91 883 76 43
Correo electrónico: seminariormjp@obispadoalcala.org

 


 


 


 

V Domingo de Cuaresma –Día del Seminario 2018

Santa Misa en la Catedral- Magistral de Alcalá de Henares retransmitida en directo por TVE2, 18 de marzo de 2018

Homilía de Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo Complutense

QUEREMOS VER A JESÚS (Jn 12, 21)

            El día del Seminario, dedicado a orar por las vocaciones sacerdotales, coincide con la celebración local de la reversión de las reliquias de los Santos Niños Mártires, Justo y Pastor, patronos de la diócesis de Alcalá de Henares. Estos niños, de siete y nueve años, fueron martirizados en el año 306, durante la persecución del emperador Diocleciano. Cuando el prefecto Daciano anunció en Complutum, nombre romano de la actual Alcalá de Henares, la prohibición de las prácticas cristianas, estos dos hermanos, según cuenta San Isidoro, dejaron la escuela y se presentaron delante del Prefecto romano. Después de intentar seducirles para que cambiaran su intención, los Santos Niños perseveraron manifestando su fe en Cristo hasta que fueron degollados en el llamado Campo laudable.

            La fortaleza de los mártires

            Del martirio de estos Santos Niños destacamos su firmeza en la fe, su impresionante fortaleza y la perseverancia en su testimonio recordando las palabras del Maestro: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10, 28). El martirio de estos niños y el reconocimiento de su sepulcro por el obispo de Toledo, San Asturio, dio inicio a la llamada entonces diócesis Complutense. La fama de los Santos Justo y Pastor se extendió por toda la cristiandad hasta el extremo de ser nombrados patronos de la España visigoda.

            Tras la invasión musulmana, temiendo que las reliquias de estos santos fueran profanadas, los cristianos de Complutum entregaron sus cuerpos a San Urbicio, que los trasladó al norte de España, quedando finalmente custodiados en la Iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca. El Papa san Pio V concedió que parte de las reliquias regresaran a Alcalá de Henares, siendo recibidas con grandes fiestas en la ciudad en 1568, hace 450 años. La presencia de las arcas venidas de Huesca con las reliquias de los Santos Niños nos llena de ternura, alimenta nuestra fe y esperamos que fortalezca la esperanza de nuestros seminaristas en el día dedicado a orar por nuestros seminarios y por cuantos se preparan para el sacerdocio.

            Mirar a los jóvenes con los ojos de Jesús

            El lema de la jornada de este año, en consonancia con el futuro Sínodo de los obispos, reza así: «Apóstoles de los jóvenes». Con ello la Iglesia, en este domingo de Cuaresma, víspera de San José, nos invita a volver la mirada hacia los jóvenes y contemplar con los ojos de Cristo su situación. San Mateo, en un texto emblemático, nos recuerda que Jesús «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36).

            Del mismo modo que Jesús, nosotros también queremos mirar a nuestros jóvenes sabiendo que muchos de ellos han sido alcanzados por el proceso de descristianización y secularismo que viene sufriendo España desde avanzada la mitad del siglo pasado. De todos es conocido que, desde los años 60 del siglo XX, los jóvenes españoles, siguiendo un claro proceso mercantilista y de ingeniería social, fueron apartados de la tradición de nuestros pueblos, de la tradición cristiana de los mayores, siendo colocados como en un “apartheid” con sus costumbres propias, sus fiestas propias y sus lugares propios. Es el momento conocido como “la movida” en el que los mercaderes no sólo ofrecían espacios de ocio diferentes, sino que promovían también el alcohol, la droga y la propuesta de un mal llamado “amor” reducido simplemente al sexo despersonalizado y, a veces, promiscuo.

            Nuestros jóvenes no sólo fueron separados de las costumbres de los mayores y de las tradiciones de nuestros pueblos, sino que fueron paulatinamente separados de sus familias, con horarios y hábitos antifamiliares, obviando la importancia de la comunión intrafamiliar y la riqueza de las prácticas de la comunidad cristiana. Si a esto añadimos las crisis familiares, el llamado “eclipse del padre”, el alto paro juvenil, los procesos educativos cargados con las ideologías actuales y con leyes cada vez más permisivas, constataremos que también muchos de nuestros jóvenes están como «extenuados y abandonados como ovejas sin pastor» (Mt 9,36). Así se comprenden las heridas presentes en los niños, adolescentes y jóvenes, su falta de maduración en la masculinidad y feminidad, asediados muchos de ellos por la pornografía e incapaces de seguir las sendas de las virtudes humanas y cristianas. Este estado de permanente adolescencia y fragilidad les hace ser presas fáciles de los sentimientos y emociones, estimuladas por el negocio y la provocación de una sociedad de consumo invasiva, y amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales.

            También los responsables de la administración y gobierno de nuestros pueblos se han escudado en la llamada tolerancia del mal menor para pasar a la indiferencia y neutralidad ante el desmoronamiento de las familias y el creciente individualismo que convierte a la sociedad en una masa de individuos con intereses contrapuestos. Pero no contentos con la neutralidad se han promovido también, mediante la manipulación del lenguaje, los llamados nuevos derechos que atentan contra la naturaleza de la persona y no garantizan el carácter sagrado de la vida, la dignidad del matrimonio, el bien social de la familia y los criterios de una educación que encamine la libertad por las sendas de la virtud y los bienes custodiados por la Doctrina Social de la Iglesia.

            Necesidad de un corazón nuevo

            Cada vez hay menos jóvenes en España dado el bajísimo índice de natalidad. Por eso necesitamos de matrimonios abiertos generosamente a la vida. A su vez nuestros jóvenes, necesitan de verdaderos padres y de apóstoles a la medida del Corazón de Cristo, y de testigos de la fe como los Santos Niños Justo y Pastor que acabamos de recordar. Para ello nos estimulan las palabras del profeta Jeremías. A través de ellas el Señor nos anuncia una «alianza nueva» que será sellada con la sangre de Cristo. Nuestra incapacidad de cumplir las palabras del Señor y su ley, se transformará, por la gracia del Espíritu Santo, en una nueva capacidad para el bien: «Pondré mi ley, dice el profeta, en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo» (Jer 31, 33). No se trata pues de un simple cambio estructural, como han perseguido tantas revoluciones a lo largo de la historia. Se trata de un don, de una gracia que sólo puede venir de Dios: es el don de un corazón nuevo que hemos suplicado con el Salmista: «Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12).

            Queremos ver a Jesús

            Este anuncio de la alianza nueva, sellada con la sangre de Cristo, expresión de su amor, concuerda con el deseo inexorable que hay en todos nosotros y especialmente en el corazón de nuestros jóvenes. Todos deseamos encontrarnos con un amor auténtico y poderoso, que pueda hacerse cargo de nosotros, hoy, mañana y por toda la eternidad. Por eso, como nos narra el evangelio de hoy, los griegos que intuían la presencia de este amor en Jesús, le dicen a Felipe de Betsaida: «queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Cuando Andrés y Felipe fueron a decírselo al Maestro, éste respondió que había llegado la hora, refiriéndose a su muerte y resurrección, en que podrían ver su gloria: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará» (Jn 12, 25-26).

            El amor auténtico que todos buscamos, y que expresa su omnipotencia en su resurrección, es Jesús, el amigo que da la vida por nosotros (Cf. Jn 15, 13). Es el mismo que, como nos recordaba la carta a los Hebreos, «con gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial» (Hb 5, 7). Él, siendo Hijo, aprendió a obedecer y, ahora, resucitado y glorioso, se hace presente en su Palabra y en los sacramentos que nos salvan de nuestra incapacidad de amar y seguir la voluntad de Dios. Es Cristo, el mismo Señor del que dieron testimonio los Santos Niños Justo y Pastor, el que se hace visible en los sacerdotes, identificados con Cristo por el sacramento del Orden: «quien a vosotros escucha, dice Jesús, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10, 16).

            Sacerdotes santos en quienes poder ver a Jesús

            Hoy, queridos hermanos, todos los seminarios de España son un motivo de esperanza para la Iglesia y, especialmente, para los jóvenes. Por eso los pastores hemos de procurar mejorar la formación «integral» de nuestros seminaristas en un contexto que encarne el “hogar-taller” de Nazaret donde fue educado Jesús. Nuestros seminaristas, por su parte, deben ser conscientes de que se están preparando para ofrecer, por la santidad de su vida y su ministerio, un claro testimonio de ese amor auténtico que toda persona busca. Ellos son la respuesta del Señor al anhelo de verdad y de bien que habita en el corazón de tantos jóvenes. En ellos los fieles han de ver el rostro de Jesús, el Buen Pastor, quien nos decía en el Evangelio: «y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 33). Para ello deben de estar dispuestos a entregar y gastar su vida en el anuncio del Evangelio y la santificación de sus hermanos, promoviendo, como insistió el Concilio Vaticano II, una iniciación cristiana lúcida según el modelo del catecumenado bautismal que logre introducir a los jóvenes de nuevo en la vida y tradición de la comunidad cristiana (Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 64). Como el grano de trigo, también los sacerdotes deben de estar dispuestos a morir para dar fruto, sin olvidar las palabras de Jesús: «quien se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25).

            El modelo de San José

            En estos momentos en España estamos cansados de palabras vacías, de discursos que no vivifican la esperanza de nuestro pueblo. Por eso necesitamos sacerdotes santos, jóvenes revestidos como San José de la virtud de la castidad y dispuestos a entregarse con corazón indiviso al Señor y a abrazar la cruz como signo del amor auténtico que buscamos. El Papa Benedicto afirmaba que «del ejemplo fuerte y paterno de san José Jesús aprendió las virtudes de la piedad varonil, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y el trabajo duro» (14-5-2009). También lo recuerda el Papa Francisco afirmando que San José «es un admirable modelo de las virtudes viriles de discreta fortaleza, integridad y fidelidad» (10-10-2013). Necesitamos, por tanto, jóvenes como San José, dispuestos a vivir una auténtica paternidad espiritual para entregar a nuestros hermanos lo único necesario: el amor y el perdón de Dios encarnado en Cristo y presente en los sacramentos de la Iglesia.

            Supliquemos por ello a la Santísima Virgen María, Reina de los apóstoles, que nos regale vocaciones de jóvenes que, como los Santos Niños Justo y Pastor, estén revestidos de fortaleza y valentía para ser testigos de la fe e intrépidos en el amor – si es necesario hasta el martirio – para no desvirtuar la cruz de Cristo, signo del amigo que da la vida por sus hermanos.

Que el casto José, esposo de la Virgen, custodie y bendiga a nuestros seminarios y a toda España. Amén.