Las Constituciones Cisnerianas del Colegio de San Ildefonso y Universidad de Alcalá desde una perspectiva teológica

Para comprender, desde el punto de vista teológico, la importancia de las Constituciones Cisnerianas de 1510 es necesario situarlas en el contexto más amplio de la teología del siglo XVI español. Para ello es necesario, a la vez, analizar los antecedentes teológicos remotos e inmediatos que nos obligan a remontarnos al menos al siglo XII, momento en que se fragua la distinción entre la teología monástica y la que nace en las Universidades.

Al mismo tiempo, considero de gran interés repasar algunos datos biográficos del cardenal Cisneros, que nos ayudarán a comprender su pasión por la creación de la Universidad de Alcalá de Henares y su enfoque, tanto teológico como pedagógico, que se evidencia en la redacción de las Constituciones del Colegio de San Ildefonso.

Con estos presupuestos, analizaremos los aspectos que regulan los estudios de la Teología y su relación con los demás estudios de la Universidad. Concluiremos nuestro trabajo ofreciendo unas pinceladas sobre la importancia de la Universidad de Alcalá para la Teología, los estudios bíblicos y la apertura al humanismo y a las corrientes espirituales de la época.

1. Antecedentes teológicos remotos e inmediatos a las Constituciones Cisnerianas de 1510

Tras el esfuerzo de la patrística por abrir paso a la fe en el mundo de la cultura y colaborar a la obra de la evangelización, la Teología se fue forjando en los monasterios y en las catedrales o casas episcopales con la colaboración de los canónigos regulares. Poco a poco estos estudios se abrieron paso también en las universidades emergentes de tal manera que, a lo largo del siglo XII, se produce la escisión entre lo que se llamaría la “teología monástica” y la teología escolástica que nace en las escuelas de las ciudades que darán origen a la Universidad.

La teología monástica, continuadora de la tradición patrística, está centrada en el estudio de la Sagrada Escritura (Sacra Pagina) en relación directa con la Actio Divina (Eucaristía y Liturgia) vivida en comunidad y con la alabanza que se acompasa con los salmos y el Oficio divino. Con el trabajo se proyectaban sobre la obra de la Creación y la vida (historia salutis) los frutos de la oración y la liturgia (1).

Los monjes, para no perderse en la búsqueda de Dios, escogen el camino que El ha utilizado para comunicarse: la Palabra de Dios. Esta Palabra, contenida en la Escritura y la Tradición, es escrutada con la guía del Magisterio de la Iglesia y de los Santos Padres. En concreto estudian la Escritura ateniéndose a los dos sentidos tradicionales: el sentido literal (descubierto por la exégesis) y el sentido espiritual, ya que gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que hablan pueden ser signos. Este sentido espiritual se despliega en los llamados sentidos alegórico, moral y anagógico. Un dístico medieval resume la significación de los cuatros sentidos: “Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia” (2).

Mas allá de estos cuatro sentidos que les abren el acceso a la “Sacra Pagina” el método teológico que se sigue en los monasterios se desarrolla en estos tres ejercicios: lectio, meditatio, oratio.

La llamada Teología escolástica surge, como hemos dicho, en las escuelas episcopales, más frecuentadas por clérigos, y que nacen con una preocupación pastoral por dar respuestas a las cuestiones que se plantean sobre los fundamentos de la fe y las cuestiones morales que afectan a la vida de la sociedad. Esta teología, más allá de la orientación contemplativa, se centra cada vez más en la comprensión racional de la fe y en las cuestiones morales, buscando su propio estatuto científico. El exponente de esta teología es Pedro Lombardo, cuyo “Libro de las Sentencias” pasará a ser texto obligado de las universidades nacientes. Sin perder de vista la Escritura, se utiliza el método filosófico, sustituyendo la “meditatio” por la “quaestio”, de modo que la teología pasa a llamarse “Sacra doctrina”, siguiendo los siguientes ejercicios: lectio, disputatio, praedicatio.

Con el paso del tiempo era normal que se fuera perdiendo la lectio divina, transformándose en el “modus quaestionis” que objetiviza el texto para la discusión. No es de extrañar que, en esta situación, San Bernardo de Claraval, repitiendo lo dicho por San Ambrosio, reprochara a Abelardo la separación de la teología de la vida espiritual y de la vida eclesial: “Non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum”.

A finales del siglo XII la teología monástica pierde relieve y se va abriendo camino en las Universidades que surgen en la ciudad. Las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos, son quienes colaboran en este paso. La Universidad de París en el siglo XIII se convierte en el centro inspirador de la Teología, que tendrá su réplica en España, destacando, entre todas, las Universidades de Salamanca y Alcalá de Henares.

La historia de la Universidad de Alcalá tiene su punto de partida en el Estudio de Escuelas Generales complutense concedido por Sancho IV en 1293 al arzobispo de Toledo don Gonzalo García Gudiel (1280-1299). Este proyecto fue retomado por el arzobispo Carrillo de Acuña, quien logrará poner en marcha las cátedras de Gramática y de Lógica abiertas al público, y otra cátedra para la instrucción de los frailes franciscanos (1473). Del mismo modo el arzobispo Pedro González de Mendoza consiguió del Papa Inocencio VIII en 1487 un nuevo proyecto universitario para Alcalá en el que, además de la facultad de Artes, se pusieron en marcha las cátedras de Teología, de Derecho canónico y civil, organizándose conforme a los estatutos de la Universidad de Salamanca (3).

 

2. Datos biográficos de Cisneros que iluminan la fundación de la Universidad de Alcalá y las Constituciones de 1510

Cisneros conoció el ambiente universitario en Salamanca, adonde se trasladó desde Torrelaguna en 1450 para estudiar Derecho civil. Tras sus estudios de Artes donde perfeccionó la Gramática, la Retórica y el conocimiento de la lengua latina, cursó durante tres años las materias concernientes al Decreto de Graciano y las Decretales, con sus correspondientes ejercicios escolares siguiendo lo preceptuado en las Constituciones de la Academia salmantina. Tras alcanzar el título de Bachiller en Decretos a la edad de veinte años, continuó su carrera jurídica, prolongando su estancia en Salamanca hasta 1459.

En sus últimos años salmantinos se inició en la docencia y conoció los entresijos de la Universidad. Según García de Oro “Gonzalo tenía alma de humanista y de teólogo más que de jurista, pero solo conseguirá alimentar estas inspiraciones íntimas en la segunda etapa de su vida salmantina. Como otros estudiantes aventajados, encontró en Salamanca maestros y mentores que encaminaron y motivaron su vida al margen de la casuística jurídica, que no le saciaba” (4).

Gonzalo fue testigo en Salamanca de importantes acontecimientos religiosos que hubieron de marcar su vida: son los cambios de régimen y de vida que supuso la introducción de la reforma sucesivamente en los Conventos de San Francisco, San Agustín y San Esteban, centros de Teología únicos en la ciudad desde siglos atrás, que ahora los papas habían acoplado a la Academia Salmantina a fin de que la Reina de las Ciencias tuviera ciudadanía plena. Eran los puntos más vivos del proceso de renovación en curso que conduciría a la formación de las congregaciones de observancia (5).

Ordenado sacerdote, ejerció como arcipreste de Uceda sin llegar a un entendimiento con el arzobispo toledano Carrillo. Su nuevo contacto con el mundo universitario tuvo lugar en Sigüenza, a donde se trasladó a instancias del arzobispo Mendoza, quien le nombró Capellán Mayor de la Catedral y, más tarde, Vicario General. En esta época, de la mano de Mendoza, nacen el Colegio de San Antonio de Portacelli en Sigüenza y el de Santa Cruz en Valladolid. Aunque es más segura la influencia de Cisneros en lo que se refiere a Valladolid, no cabe duda que hay que colocar aquí los inicios de lo que, en su momento, florecerá en Alcalá.

La inquietud que empezó a albergar en sus últimos años salmantinos no hallaba respuesta en el ejercicio de su ministerio y en su actividad como Vicario General. No es de extrañar que, al modo de otros grandes hombres, abandonara de pronto toda su tarea y se retirase del mundo como ermitaño a la edad de cuarenta y cinco años. El lugar escogido es el eremitorio de la Salceda. Allí encontró al parecer lo que buscaba, que era soledad y ascesis eremítica dentro de una comunidad recoleta. Tras un año de noviciado, en 1546 ingresa en la orden franciscana con el nombre de Francisco.

Según mi opinión, es durante estos diez años de estricta observancia y de búsqueda de Dios, cuando el alma de Cisneros alcanzó la virtud de la magnificencia que se manifestaría en su etapa como Cardenal de Toledo y fundador de la Universidad de Alcalá. Esta etapa de recogimiento y crecimiento espiritual le hizo sintonizar con los grandes retos que se presentaban para la Iglesia y para España a lo largo del siglo XVI: deseo de reforma profunda en la vida religiosa, atención al humanismo creciente y necesidad de promover la cultura y el estudio de la Teología ante una sociedad que se agrandaba con el descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo.

Aunque recogido en la Salceda, no se rompieron los vínculos con el arzobispo Mendoza y su entorno, quienes le visitaban y a quienes permanecía atento secundando sus inquietudes franciscanas. En este sentido cabe destacar el proyecto diseñado para el convento de Alcalá en el que se contempla iniciar una nueva Academia, con cátedras de Teología, Derecho canónico y civil, que confiera títulos y grados como la Universidad de Salamanca.

Sin dejar la Salceda, los acontecimientos se precipitaron al ser elegido confesor de la Reina Isabel y Superior de la Provincia de Castilla. Como confesor llegó a conocer de manera privilegiada los proyectos de la Corona en un momento trascendental para la historia de España. Como Provincial apenas pudo iniciar ningún proyecto, pero sí que atendió de manera singular el Convento de Alcalá y su proyecto académico.

Todo lo que pensó para la renovación de la vida cristiana y todo lo que acarició como proyecto universitario se hizo posible al ser nombrado arzobispo de Toledo. Una vez más la Providencia hacía coincidir las coordenadas de una vida para poder afrontar la reforma de la Iglesia.

 

3. Aspectos teológicos de las Constituciones Cisnerianas de 1510

Cuando Cisneros tiene que afrontar su proyecto universitario, el recorrido que ha seguido el estudio de la teología está muy vinculado al desarrollo de las órdenes religiosas, particularmente franciscanos, dominicos y agustinos. Atrás quedan, más allá del Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, los escritos de Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás, Duns Scoto, Guillermo de Ockam, etc., quienes supieron afrontar los retos de su momento histórico. Para ello contaban con las universidades nacientes que organizaban de manera sistemática las cátedras de Teología unidas al estudio de la Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento) y el texto básico del Magister Sententiarum.

Ante el conocimiento de los autores de la antigüedad clásica, los filósofos griegos, particularmente las tres entradas de Aristóteles (Lógica, física-metafísica, ética), los filósofos árabes, el progreso de la física y la medicina, etc., los teólogos están preocupados por fundamentar el estatuto científico de la Teología y por poder responder a las preguntas que nacen de la filosofía y la ciencia.

Su preocupación se manifestaba también por el llamado humanismo evangélico, que exigía una vuelta a las fuentes limpias de las Escrituras conocida con rigor y en sus lenguas originales. Del mismo modo el crecimiento de las ciudades y la apertura al Nuevo Mundo ponían en el ánimo de los pueblos el deseo de conocer la verdad, más allá de las formalidades y de la verbosidad de cierta teología.

Todo esto pesa en el ánimo de Cisneros, quien ha puesto su punto de mira en Alcalá de Henares, donde se va a poner en marcha uno de los más ambiciosos proyectos universitarios de la historia de España. Su modelo a seguir es la Universidad de París (6), sin perder de vista otros colegios y universidades: Salamanca, Valladolid, Bolonia, Sigüenza, etc. Sin embargo, más allá de la literalidad de las Constituciones del Colegio de San Ildefonso de 1510, en su mente y en su corazón está el deseo de contribuir a la renovación de la vida religiosa, la formación del clero y favorecer un auténtico proyecto cultural para España y para el Nuevo Mundo.

a) Finalidad última y horizonte de todos los estudios

Sin duda alguna el horizonte último del proyecto universitario de Alcalá de Henares es el estudio de la Teología. Ello explica que Cisneros no quisiera introducir el estudio del Derecho civil como en Salamanca. Los estudios de Gramática y la Facultad de Artes están pensadas en función de la Teología. La Facultad de Derecho canónico, no desconectada de la Teología y de la vida eclesial, está pensada para atender al rigor en el cuidado de las leyes eclesiásticas. La Facultad de Medicina entra en el proyecto universitario para el cuidado de la población académica y para la atención de los hospitales tanto de mujeres como de hombres, poniendo en evidencia la virtud de la caridad.

Que esto sea así queda evidenciado en el mismo texto de las Constituciones de 1510, donde Cisneros sentencia que tanto las Artes como las demás ciencias están al servicio de la Teología: “Et quoniam theologica disciplina ceteris scientiis et artibus pro ancillis utitur” (7) […].

Al estudio de la Teología hay que llegar con el conocimiento de las lenguas y con el bagaje humanista y filosófico propio de la Facultad de Artes. Por eso continúa afirmando Cisneros. “Ideo nemo admittatur ad cursandum in theología nisi iam peregerit omnes suos cursus in facultate artium” (8), no estando permitido que alguien curse estudios simultáneamente en dos facultades.

El estudio de la Teología, que después describiremos, va unido a un sistema pedagógico y a un modo de vida que hace resonar a distancia el eco de la teología monástica y su propia experiencia como ermitaño observante. En cuanto a la pedagogía llama la atención que, tanto en el Colegio de San Ildefonso como en los demás colegios proyectados, se visibiliza el estilo evangélico y apostólico hasta el detalle del número de miembros que los constituyen: treinta y tres prebendados, doce capellanes. Además, en atención a los pobres quedan proyectados doce colegios en honor de los apóstoles y otros seis colegios con doce colegiales en honor de los setenta y dos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo. (9)

Este sabor evangélico se constata igualmente en las Constituciones el preceptuar como han de ser elegidos los prebendados (VII), su modo de vestir y su honestidad (VIII), la cualificación de los capellanes y la obligación de la asistencia a la Misa diaria (IX), la lectura durante las comidas (XV), el rezo del oficio divino (XXVIII), el cuidado de los enfermos (XXXI), y la solemnización de las fiestas: “Y para que los colegiales y capellanes se acostumbren a ofrecer al Señor el fruto de sus labios, y los demás sean invitados por ellos a tan digna obra queremos que cada año perpetuamente en las fiestas de Nuestro Señor Jesucristo […] de la gloriosa siempre Virgen María […] los santos Apóstoles, etc. se celebre Misa y vísperas con sermón en lengua latina […]” (XXVIII).

Al cuidado de la vida cristiana y de la acción litúrgica se suma en el curso de los estudios un sistema de pedagogía activa en el que el estudiante es probado a retomar semanalmente las conclusiones y a ejercitarse en las disputaciones que serán anunciadas en la puerta de la capilla y del refectorio (XLIV). “Poco aprovecharía a los teólogos oír las lecciones continuas, si no se ejercitaran frecuentemente en las disputaciones y conclusiones entre ellos” (XLIV). Finalmente, como buen pedagogo, Cisneros no descuida regular el tiempo libre (VIII), la prohibición de pernoctar fuera del colegio (XVIII) y la dotación de la biblioteca (XXII).

Todas estas formalidades quedarían como simple esqueleto si no recibieran la carne, la vitalidad. La carne la proporcionará el sistema de estudios y las Cátedras de Teología; la vitalidad vendrá dada por los profesores elegidos, y el alma será la de Cisneros, que verterá sobre la institución académica toda su larga experiencia y su visión del presente y del futuro.

b) Los estudios teológicos

Para iniciar los estudios de Teología era condición ineludible haber realizado como mínimo el Bachiller en Artes (XLV). Estos cursos, especificados en las Constituciones (XXXIX-XLII), comprenden las Súmulas Logicales de Pedro Hispano, los Predicables de Porfirio, Perihermeneias, Tópicos y Elencos de Aristóteles en los dos primeros años. Los dos siguientes, entre otras materias y ejercicios prácticos, están dedicados a conocer la Filosofía Natural de Aristóteles y la Metafísica. Con todo este bagaje y el conocimiento de Gramática y lenguas, podemos decir que la preparación es exhaustiva y concienzuda para poder asimilar durante cuatro cursos las grandes cuestiones sobre la naturaleza, el hombre y la apertura a la gran cuestión sobre el Ser y Dios.

El Bachillerato en Teología se realizaba en cuatro años: “Así pues, los que quieran llegar al grado de bachillerato teológico deben durante cuatro años oír las lecciones teológicas. A saber, que por la mayor parte de cada uno de ellos oiga continuamente a alguno de los catedráticos de la misma facultad, y por dos años de los mismos cuatro oigan las lecciones de los bachilleres que cursan el texto de la Biblia y del Maestro de las Sentencias” (XLV).

Las cátedras de Teología son las de Santo Tomás, Scoto y Nominales, aunque Cisneros prefería la unificación del saber: “Porque, según la sentencia del Eclesiastés, las palabras de los sabios y los consejos o sentencias de los maestros han sido dados como por un solo pastor y maestro, así sería también muy deseable y digno de ser abrazado si los escritores sobre las sentencias de los padres y sus tratadistas conviniesen en sus caminos y explicaciones en una misma sentencia. Nosotros, sin embargo, para que ayudemos en algo a las luchas escolares en sus ejercicios y concertaciones y sobre todo por la común tolerancia, estatuimos que en nuestro colegio además de las lecciones del texto de la Biblia y del Maestro de Sentencias… haya además en la facultad de Teología tres cátedras magistrales, según aquellas tres vías frecuentadas en las escuelas en estos tiempos: a saber, del Santo Doctor, de Scoto y de los Nominales” (XLIII).

Las clases eran diarias, con seis horas de duración, tres por la mañana y otras tres por la tarde, cumpliéndose dos horas diarias para cada asignatura de las cátedras. A partir de Pascua de Resurrección, hasta San Lucas, la última clase de la tarde era reemplazada por la Ética, Política y Economía de Aristóteles en lugar de la de Nominales. Completaban las clases ordinarias los ejercicios prácticos: conclusiones y disputaciones. Estos ejercicios, presididos por un Regente de Teología, se hacían semanalmente. Los colegiales y teólogos que habitaban en el Colegio, tenían la obligación de proponer estas conclusiones y sustentar las disputaciones según el orden de su antigüedad (XLIV).

Los cursos de los bachilleres en teología, así como el curriculum que han de seguir los licenciados y doctores están detallados en las Constituciones desde el número XLV hasta el XLVIII. Allí se especifican las pruebas para ser admitido al Bachillerato (tentativa), los exámenes, los ejercicios prácticos, los sermones y los actos previstos para la concesión de los grados. En todos estos pasos se atiende a la evolución del saber alcanzado, a la capacidad de argumentar y defender los contenidos así como a la honestidad de vida y a las virtudes y dones que deben adornar a los que aspiran a la licenciatura y al doctorado: “La facultad examinará diligentemente si ha cumplido todos los cursos y actos suyos… si es deshonesto o escandaloso, porque el tal no sería para la licencia a la que pide ser admitido y donde no aparezca ningún impedimento… Constituya la facultad para todos ellos a la vez el día de las licencias en la Iglesia de los Santos Justo y Pastor… (XLVII). En el día de su magisterio o doctorado deben hacerse ceremonias algo más graves que en el magisterio de artes o de cualquier otra facultad, si bien el orden es semejante en todas las cosas aquí y allí. Y se darán birretes y guantes al rector y al canciller y a todos los regentes de todas las facultades del cuerpo de la Universidad, y se darán también guantes a otros maestros […] Después que el nuevo maestro reciba del Canciller el grado de magisterio, recibirá también inmediatamente las insignias del mismo grado, del decano de la Facultad, al cual serán remitidas por el mismo Canciller para esto (X LVIII)”.

Leyendo estas indicaciones de Cisneros se comprende que la Universidad de Alcalá de Henares está toda ella pensada para el estudio de la Teología. Por una ironía de la historia hoy, la llamada Universitas studiorum et scientiarum, se ve mutilada por la ausencia de los estudios que fueron su razón de ser y el sueño de su creador.

d) Las tres vías para el estudio de la Teología

Además de la ‘común tolerancia’ como indica en las Constituciones para aceptar las tres vías (Santo Tomás, Scoto y los Nominales), Cisneros pretende que en su proyecto no falte a los alumnos ninguna vía de acceso a la verdad. Al introducir a los Nominales se adelanta a Salamanca y despierta un gran atractivo en todo el alumnado que alberga una pasión por los “modernos” y por la búsqueda de la verdad.

Lo mismo cabe decir del Colegio Trilingüe, del afán por el conocimiento de las lenguas y del gran proyecto de la Políglota que reúne a gramáticos como Nebrija, a hebraístas conversos y a lo más granado que ofrece el momento. Más allá del esquematismo de las Constituciones en Alcalá se siente palpitar el corazón y el alma de Cisneros que no escatimará medios, profesores e instituciones para su nueva Universidad.

La vía tomista recoge el pensamiento de Santo Tomás, quien ha pasado a la historia cómo aquel que en su momento ofreció una síntesis preciosa entre la fe y la razón, armonizando la teología con la filosofía. En particular es el teólogo que supo asumir la filosofía aristotélica e hizo avanzar la doctrina de San Agustín que había hecho lo propio con el platonismo.

Situado el estudio de la teología en el ámbito propio de la Universidad –universitas scientiarum– la ‘sacra doctrina’ tiene que repensar la propia identidad en confrontación con la razón científica. “Santo Tomás mostró con plausibilidad racional la capacidad científica de la teología, incorporó a ella el diálogo con la filosofía e hizo una síntesis cristiana de fe y razón que continua sorprendiéndonos. Y al mismo tiempo mantuvo el vínculo con la experiencia cristiana y eclesial” (10).

El saber de Santo Tomás es enciclopédico como lo manifiestan sus escritos: la Summa Theologiae, la Summa contra gentiles, sus Lectiones y Quodlibeta, los comentarios de la Escritura y de los libros de Aristóteles, etc. Sin embargo su propuesta teológica bebe en las fuentes de la espiritualidad del trato íntimo con el Señor, la familiaridad con la Escritura y la experiencia de la vida eclesial.

Si Dios es el “Logos” por el que todo fue creado no puede existir un sistema de doble verdad. Todo lo creado habla de Dios y la razón científica capaz de encontrar el “logos” de lo creado tiene que acercar a Dios. El camino de síntesis es Cristo, el “Logos”, el auténtico maestro que muestra en su humanidad el misterio de Dios y la verdad oculta en la revelación. La fe, como conocimiento de Dios, en vez de aplastar a la razón o contradecirla, viene en su ayuda para desplegar toda la potencia de su investigación y enderezarla para que pueda alcanzar la verdad. Santo Tomás así lo explica en el sermón que pronunció en la Universidad de París Exiit qui seminat tomando como motivo la parábola del sembrador (11).

La vía escotista recoge el pensamiento del franciscano Juan Duns Scoto, quien estudió filosofía y teología en las universidades de Oxford y París. Las obras principales de Scoto toman el título de los lugares donde enseñó: Opus Oxoniense (Oxford), Reportatio Cambrigensis (Cambridge) y Reportata Parisiensia (París).

Frente a las acusaciones de intelectualismo que se hace al pensamiento agustiniano-tomista, Scoto, en la línea del carisma franciscano, exaltaba constantemente la acción, la práctica, el amor, más que la pura especulación. Su acentuación de lo singular y el alejamiento de la metafísica tiene como finalidad salvar la trascendencia y la diversidad de Dios y abrir el camino de la primacía de la individualidad. “La individualidad de las criaturas y la diferencia esencial de cada una respecto a los demás individuos no significan una perfección de las mismas, sino algo que Dios ha querido expresamente […], lo individual es la coronación de su obra. Lo individual se eleva por encima de los nuevos géneros y especies como una forma superior de existencia, la suprema del ser de las criaturas. Los individuos son un fin último y supremo del Creador” (12).

En consonancia con la exaltación de lo singular, tan apreciado por la ciencia experimental, Scoto desarrolló como punto central de su reflexión el tema de la libertad y su relación con la voluntad y con el intelecto. El llamado ‘Doctor sutil’ subraya la libertad como cualidad fundamental de la voluntad, comenzando un planteamiento de tendencia voluntarista que se desarrolló en contraste con la enseñanza tomista. Para Santo Tomás, que sigue a San Agustín, la libertad no puede considerarse una cualidad innata de la voluntad, sino el fruto de la colaboración de la voluntad y el intelecto. En efecto, comenta Benedicto XVI, una idea de la libertad innata y absoluta situada en la voluntad que precede al intelecto, tanto en Dios como en el hombre, corre el riesgo de llevar a la idea de un Dios que tampoco estaría vinculado al bien y a la verdad. El deseo de salvar la trascendencia de Dios con una acentuación tan radical e impenetrable de su voluntad no tiene en cuenta que el Dios que se ha revelado en Cristo es el Dios “logos”, que ha actuado y actúa lleno de amor por nosotros, Ciertamente, como afirma Duns Scoto en la línea de la teología franciscana, el amor rebasa el conocimiento y es capaz de percibir más que el simple pensamiento, pero es siempre el amor del Dios “logos” (13).

El venerable Juan Pablo II beatificó a Juan Duns Scoto el 20 de marzo de 2002, definiéndolo como cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción. En esta expresión se sintetiza la gran contribución que Duns Scoto dio a la historia de la teología.

La Cátedra de los Nominales en Alcalá de Henares se centró en Gabriel Biel y lo encarnan los primeros profesores de Alcalá: Alonso Herrera, Pedro Ciruelo y Pedro Gil. En opinión de Melquíades Andrés “más que nominalismo habría que llamarlo espíritu de modernidad, de apertura, de progresismo, de búsqueda de la verdad. No se trata, por tanto, de nominalismo en sentido sistemático, sino de lo que se encubría bajo la expresión Via modernorum. […] Cada autor tiene sus ideas, pero a todas les federa la conciencia de sentirse proyectados con optimismo hacia el futuro, de haber recibido una misión frente a los antiguos, de cantar la capacidad creadora y crítica del hombre. En el espíritu de la generación de los grandes descubrimientos geográficos y científicos, reflejados en las facultades de artes, de teología y en los mismos confines de las relaciones con Dios» (14).

El nominalismo como tendencia y actitud triunfó en los albores de la Universidad de Alcalá. A través de Gabriel Biel conocieron el pensamiento de Guillermo de Ockam, quien más allá de las reflexiones de Duns Scoto y en contraposición con San Buenaventura su idea de conocimiento es ya de índole exclusivamente científico. “Como defensor intransigente de la libertad, Ockam rechaza desde el principio la mentalidad científica de la Edad Media, en especial lo que se refiere a la revelación divina. Entre fe y razón, entre teología y filosofía, no hay nada en común: dos esferas del saber absolutamente incomunicables, cada una con su objeto propio, finalidad y metodología diferentes. De ahí la acentuación del poder de la razón humana en la investigación de las verdades naturales, filosóficas y científicas, en la independencia de cualquier autoridad tanto de teólogos como de filósofos y, sobre todo del magisterio eclesiástico. […] A pesar de muchas acusaciones de romper el equilibrio entre fe y razón, entre filosofía y teología, hay que reconocer que el interés por la realidad concreta y empírica preparó el camino hacia la ciencia moderna” (15).

La vía de los nominales en Alcalá, sin seguir al pie de la letra los postulados de Ockam, representó todo un modo nuevo de salirse del espíritu de escuela y de abrirse no tanto a la fidelidad a autores cuanto a la búsqueda unitaria de la verdad. Así lo expresa el principal representante del profesorado incipiente de Alcalá, el doctor Pedro Ciruelo: “Conoces en cuanto honor ha sido siempre tenida la doctrina de Pedro Lombardo, cuyo libro de las sentencias todos los teólogos emplean como texto. Pero no por ello se confían sin dudar a todas sus opiniones. También Santo Tomás, doctor solemne, arguye en muchos extremos a sus profesores. Toda la obra de Scoto está llena de refutaciones de las obras de Santo Tomás y de otros autores. Los nominales, que vinieron a continuación, revuelven sus acérrimos dardos contra ambos. Encontraríamos otros muchos ejemplos. Es propio del ánimo libre interpretar y corregir a los demás y buscar siempre, con todas las fuerzas, la verdad. Por haber sido grandes sabios los antiguos, no hemos de pensar que los sucesores tengan cerrada la vía para encontrar la verdad. […] Yo diría que no está bien seguir a un doctor, de suerte que cuento él ha dicho se crea que carece totalmente de falsedad. […] No hacen esto nuestros filósofos de París, los cuales no rechazan el oír las opiniones de muchos, que añadieron cosas preclaras a Aristóteles, a quien siguen. A no ser algunos a quienes hay que tener por partidarios de la pertinacia y no de la filosofía. Esto no hay que atribuirlo a vicio de los escritores, sino más bien a pereza de los hombres” (16).

 

4. La Universidad de Alcalá de Henares

Con todo el bagaje de lo que hemos descrito en las páginas anteriores, Cisneros puso en marcha una universidad que, junto con la de Salamanca, fue la gloria de los estudios teológicos y humanistas del siglo XVI español. El que conoció su cuna en Torrelaguna, ciudad actual de la diócesis complutense, trajo de París los mejores profesores. Incluso quiso contar con Erasmo el que años más tarde sería reprobado en Valladolid. A nadie puede extrañar su amor a la Escritura y la edición de la Biblia Políglota. Como una semilla todo estaba contenido en el espíritu de las Constituciones. De esa semilla nació el glorioso árbol de la Universidad de Alcalá que dio como frutos una larga lista de Santos, misioneros, humanistas y hombres ilustres que son el exponente más claro de su esplendor: Pedro Ciruelo, Santo Tomás de Villanueva, Juan de Medina, Antonio de Nebrija, San Juan de Ávila, Domingo de Soto, Carranza, Cano, Pedro de Soto, Luis de Carvajal, Alfonso de Castro, Francisco de Osuna, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Maldonado, Luis de Molina, Gabriel Vázquez, Miguel de Medina, Cipriano de la Huerga, los doctores Constantino Ponce de la Fuente, Juan Gil (Dr. Egidio) y Agustín de Cazalla, Francisco de Quevedo, San José de Calasanz, San Martín Aguirre de la Ascensión, el beato Diego Luis de San Vitores, etc.

Alcalá, abierta a todas las escuelas teológicas, al estudio del latín, griego, hebreo y otras lenguas orientales, se convirtió desde su fundación en el centro humanista más importante del reino, con humanismo y teología conjuntados en uno: eso es Alcalá en la mente de su fundador y en su realización. Eso es el homo complutensis. Alcalá es injertarse en la tradición sujetándola a revisión, sin compromiso con ninguna escuela teológica, guiados por la verdad, que se hace camino en unos textos bíblicos depurados a través de las lenguas sacras y de diversos subsidios humanistas y exegéticos y con una clara orientación espiritual y ascética” (17).

En definitiva, Cisneros puso todo su saber y su poder al servicio de la Teología, la ciencia de Dios. Quiera Dios que entremos en razón y un día, no lejano, veamos nacer en nuestra actual Universidad de Alcalá, tan querida y deseada por los alcalaínos, una cátedra de Teología que haga justicia a su fundador. Sin duda que ello permitirá plasmar el proyecto pensado por el Cardenal Cisneros para la ciudad universitaria: la Civitas Dei, la Ciudad de Dios.

Notas:

1 AA.VV., La búsqueda de Dios, fuente de la cultura, Facultad de Teología San Dámaso, Collectanea Matritensia, 7. 187-210 (Madrid 2010).
2 Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: Angelicum 6 (1929) 256.
3 Garcia Oro, J., El Cardenal Cisneros, v.II, BAC Madrid, 1993, 254-259.
4 García Oro, J. Ibidem v. I, 27. Entre otros cita el autor a los teólogos Pedro Martínez de Osma y el Tostado.
5 Ibid., 28
6 Cf. Constitutiones, XXXVIII: “Quoniam cursus artium qui fieri debet more parisiensi […]”. XLI: “Facto examine cuiuslibet licenciandi inmediate conveniant secreto omnes examinatores more parisiensi […]”. Utilizamos para el estudio de las Constituciones la edición de Ramón González Navarro, Universidad Complutense, Constituciones Originales Cisnerianas, Alcalá 1984. Cf. la edición preparada por María Dolores Cabañas, Alcalá 1999.
7 Constitutiones, XLV.
8 Ibidem.
9 Ibid., XXXIII.
10 AA.VV., La búsqueda de Dios, o.c, Madrid, 194.
11 Archivium Fratum praedicatorum 13 (1943) 75-78.
12 Heimsoeth, H.: Los seis grandes temas de la metafísica occidental, Madrid 1974, 181-183.
13 Benedicto XVI, Juan Duns Scoto, Audiencia general 7 de julio de 2010.
14 Andrés Martín, M.:, La teología española en el siglo XVI, n. II. BAC, Madrid 1977, 81.
15 AA.VV., Manual de filosofía franciscana, BAC, Madrid 2004, 89-90.
16 Sánchez Ciruelo, P.: Dialogus disputatorius. BNM, R 10.888, Fols LXXI-LXXIII (Compluti 1526).
17 Andrés Martín, M. o.c. 41. Para estudiar la Universidad de Alcalá Cf. Antonio Alvar (Coord.). Historia de la Universidad de Alcalá, Alcalá de Henares, 2010.

Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Cartagena en España. Doctor en Teología Moral por la Universidad Lateranense de Roma. Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida y Miembro de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. Vicepresidente-Decano de la Sección Española del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia.