Año Ignaciano: 500 años de la conversión de Íñigo de Loyola

Hace 500 años, el 20 de mayo de 1521 un soldado de casi treinta años resultaba gravemente herido por una bala de cañón, lanzada por las tropas francesas, en la defensa de la ciudadela de Pamplona. Su pierna derecha quedaba muy malparada, la izquierda también sufría daños. Iñigo de Loyola, hijo pequeño de una familia noble, volvía en camilla a la casa-torre familiar, en el valle de Azpeitia. Comenzaba una lenta convalecencia, jalonada de dolorosas operaciones, en la que el impetuoso caballero tendría que aprender a esperar y volvería su atención sobre sí mismo, sobre sus anhelos, miedos y esperanzas.

El enfermo pide libros de caballería para entretener, con aventuras imaginarias, las largas horas de reposo forzado, pero en la biblioteca familiar sólo encuentra la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia y el Flos sanctorum, un volumen de vidas de santos. Pasan lentos los días y aquellas lecturas le hacen arder en deseos de imitar a aquellos locos caballeros cristianos que lo dieron todo por Cristo. Ya se ve hecho un San Francisco o un Santo Domingo. Desea recuperarse lo antes posible para emprender una peregrinación a Tierra Santa. Se siente lleno de esperanza y alegría. Ha comenzado un largo camino interior, y exterior, que lo llevará a Montserrat, Manresa, Barcelona, Roma, Venecia, Jerusalén… y después a Alcalá, Salamanca, París… hasta ver nacer la Compañía de Jesús, pues el que comenzó caminando “solo y a pie” pronto se verá rodeado de compañeros y “amigos en el Señor”: Fabro, Francisco de Javier, Laínez, Salmerón, Bobadilla, Acevedo…

Ignacio de Loyola vivió entre nosotros –como bien sabemos– durante año y medio, entre 1526 y 1527. Santa María la Rica, el Hospital de Antezana, las casas de algunos maestros y amigos, las calles y plazas de nuestra ciudad, las aulas universitarias e incluso la cárcel fueron testigos de sus andanzas, entre predicaciones, consejos espirituales y obras de caridad. Aquí aprendió que para servir a Dios había que prepararse bien. A los primeros jesuitas les pediría largos estudios, que realizarían en las aulas de la Universidad creada por Cisneros, mientras compartían vida y formación en el Colegio Máximo de la Compañía en Alcalá, actual Facultad de Derecho e iglesia parroquial de Santa María la Mayor.

Que este Año Ignaciano sirva para agradecer la presencia y la herencia de San Ignacio y de los jesuitas en Alcalá.

Juan Miguel Prim Goicoechea
Vicario episcopal de cultura
Párroco de Santa María la Mayor, antigua Iglesia de Jesuitas