Patrimonio Cultural, Patrimonio Espiritual

«La Iglesia ha considerado siempre que, a través del arte en sus diversas expresiones, se refleja, en cierto modo, la infinita belleza de Dios, y la mente humana se orienta casi naturalmente hacia él. También gracias a esta contribución, como recuerda el concilio Vaticano II, “se manifiesta mejor el conocimiento de Dios y la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia humana” (Gaudium et spes, 62). (…)

En nuestros días, una sensibilidad más acentuada con respecto a la conservación y el “goce” de los recursos artísticos y culturales está caracterizando las políticas de las administraciones públicas y las múltiples iniciativas de instituciones privadas.

En efecto, nuestro tiempo se caracteriza por la convicción de que el arte, la arquitectura, los archivos, las bibliotecas, los museos, la música y el teatro sagrado no sólo constituyen un depósito de obras histórico-artísticas, sino también un conjunto de bienes de los que puede disfrutar toda la comunidad. (…)

La Iglesia se interesa mucho por la valorización pastoral de su tesoro artístico, pues sabe bien que para transmitir todos los aspectos del mensaje que le ha confiado Cristo, la mediación del arte le es muy útil (cf. Carta a los artistas, 12).

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La naturaleza orgánica de los bienes culturales de la Iglesia no permite separar su goce estético de la finalidad religiosa que persigue la acción pastoral. Por ejemplo, el edificio sagrado alcanza su perfección “estética” precisamente durante la celebración de los misterios divinos, dado que precisamente en ese momento resplandece en su significado más auténtico. Los elementos de la arquitectura, la pintura, la escultura, la música, el canto y las luces forman parte del único complejo que acoge para sus celebraciones litúrgicas a la comunidad de los fieles, constituida por “piedras vivas” que forman un “edificio espiritual” (cf. 1 P 2, 5). (…)

La Iglesia quiere ofrecer un germen de esperanza que supere el pesimismo y el extravío también a través de los bienes culturales, que pueden constituir el fermento de un nuevo humanismo en el que se inserte más eficazmente la nueva evangelización.» (Discurso a los participantes en la IV Asamblea plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia. 09-10-2002. Juan Pablo II)